El agente de los servicios postales aterrizó en el batey de Biajaca, con la lengua afuera y la misma cara de yo no fui de años atrás. En la cesta de su bicicleta soviética descansaban los periódicos nacionales: Granma, Juventud Rebelde y Trabajadores, en esa especie de siesta noticiosa infinita, como si fueran parientes de aquel vehículo bolchevique. Los guajiros no esperaban la prensa. Aquellos bultos de papeles eran más solicitados para asuntos higiénicos que para adentrarse en la noticia del día en Cuba.
El negro Benito, dependiente de la única bodega de esos parajes, seguía con la cantaleta de que si Biajaca no salía ni en la radio municipal de Jagüey Grande, cómo carajo iba a ser noticia en los medios nacionales. Pero aún así Benito leía cada día los periódicos, los canjeaba con Ernesto, el agente de los servicios postales; a cambio de una buena taza de café criollo que él vendía de forma ilegal en aquella tierra inerte, que cultivaba hectáreas de ignorancia.
Después, Benito hacía alarde entre los campesinos de estar muy actualizado y camuflaba algunos titulares a su antojo. Le agregaba su parecer a los acontecimientos que se emitían desde la capital y saboreaba, según él, el dominio sobre los otros. A Ernesto, que llevaba más de 25 años en la Empresa de Correos y Servicios Postales, con los testículos pegados casi al sillín de aquella bicicleta y con más arrugas en su cara que un papel estrujado, le pesaba aquel día más que ningún otro. Cuando leyó la nota oficial a primera hora de la madrugada, ya había calculado que no tendría valor para aceptarle la taza de café al negro Benito, que era especialista en aquello de colar la infusión.
“En consideración al incremento del precio del café en el mercado mundial, que en fecha similar del pasado 2010 ascendía a 1,740 dólares la tonelada de café robusta y en la actualidad se cotiza a 2,904 se ha decidido producir nuevamente café mezclado con chícharo con destino a la cuota normada de la población cubana”.
Aquellas palabras del Ministerio de Comercio Interior abrumaban a Ernesto. Pensó en los paquetes de Serrano, Turquino, Regil y Arriero que adornaban las vitrinas de las tiendas en moneda libremente convertible de esta “Cubita” sin café en pesos nacionales.
Le decían el cartero de las malas nuevas porque en su turno de distribución le había tocado llevar la prensa de algunos días funestos. Que si el derrumbe del socialismo soviético, que si el éxodo de los balseros en Mariel, que si los actos de repudio contra los cubanos que se fueron…y ahora la historia del café mezclado. Ya Ernesto había perdido la cuenta, pero no olvidaba las miradas enemigas de aquellos guajiros, como si él fuera el culpable de tantos sucesos, como si acaso decidiera el destino de la nación, como si hubiese sido su voz la que dio la orden de tirar huevos a quienes se marchaban de la Isla o simplemente hubiese convocado a una depuración de maricones y lesbianas durante aquel pretérito, tan fértil también para la ignorancia.
“Si llego con este muerto aquí ahora, no me van a dejar entrar más nunca a este batey. Yo tengo una suerte para estas desgracias”, se decía a sí mismo padeciendo ya los primeros síntomas de un contagio inevitable.
Ernesto, que no había parqueado la bicicleta aún, volvió en círculo en dirección a la entrada de Biajaca y saludó con un chiflido cortante a Benito, que ya a esa hora colaba “el néctar negro de los dioses blancos”. El huyó al pueblo, escapando de tanto mundo rudo y cuando llegó a su empresa no hizo otra cosa que solicitar la baja como distribuidor de periódicos.
-¡Chícharos! Café con chícharos, eso es como infusión más un potaje- le decía Ernesto a la jefa de recursos humanos de la empresa-, después dicen que el mundo está en crisis, pero seguro la gente no toma este café. ¡Coño, venir a quitarle a uno lo único que le brindamos con decencia a las visitas! ¡Carajo! y tuvo que salir hoy esa noticia en mi turno. Yo no me explico, esa es la verdad.
Aquella noche el ex agente postal durmió con la preocupación de no tener empleo, pero se creía héroe de aquel batey porque no aguantaba una mentira más, no estaba dispuesto a ser cómplice del café mezclado, ni quería ser condenado de nuevo en Biajaca por las medidas que aprobaban otros en La Habana.
Ese día los guajiros no tuvieron las noticias dormidas de la prensa nacional, ni tampoco 15 días después porque aún no había un suplente para la plaza de Ernesto. Biajaca quedó desconectada del mundo circundante por dos semanas y la gente especulaba ya sobre un posible incremento en el precio de la prensa. Benito hacía de las suyas. Saboreó como nunca la supremacía sobre los biajaqueros. Se embriagó de tantas teorías, pero sintió que rescataba a su gente de tanto aburrimiento y volvió a sentirse feliz, siempre superior.
Las quejas y demandas de los biajaqueros debido a la ausencia del correo postal llegaron a Jagüey Grande porque había mucha gente sin periódicos “sanitarios”. Al décimo quinto día llegó el director de la empresa exactamente a las 9 de la mañana a darle a los guajiros las explicaciones de por qué no se distribuía la prensa desde hacía varios días.
“El compañero Ernesto decidió no entregar más la prensa. En su último día laborable la empresa le garantizó todos los ejemplares que se distribuyen en Biajaca y con la irresponsabilidad que lo caracteriza les privó de conocer una nota oficial sobre la necesidad de mezclar el café con sucedáneo”, justificó el directivo con una voz arrogante.
La cara de la gente permanecía confusa, aquello de sucedáneo sonaba a algo así como a cianuro. Por fin, interrumpió Benito, el bodeguero:
-Señor director, pudiera explicarnos qué es eso de café con sucedáneo.
-Este, bueno…el sucedáneo es un sustituto de probada calidad que se empleará para mezclar el café. El país pretende eliminar gratuidades y hay que empezar con la cuota del café porque las crisis económicas nos afectan en demasía. Ernesto los despojó de la oportunidad y el derecho que les brinda nuestra Patria de estar informados, pues desde la logística no hubo fallas. Nosotros estamos aquí para responderles sus quejas y para informarles sobre la normativa del café mezclado-, explicó el director.
El batey vibró ante tantos aplausos, quizás también por tanta ignorancia. Los guajiros se sintieron afortunados por tantas respuestas a sus quejas y odiaron a Ernesto como nunca antes. La gente se alegró de que no fuera más el cartero de Biajaca y no se enteraron meses después de que el chícharo se disfrazaba de sucedáneo. Todo por culpa de Ernesto.
Yo conozco muchos Ernesto, carteros y mucho del café de este cuento…
Ñooo, esto está descojonante… perdona las palabrotas… muy buena historia… muy buena… buenísima… jajajajajaja… me ríoooooooooo… como un río…