Un poco de mi

Diciembre

Hay solo una hoja colgando del almanaque. La puntilla lo sujeta bien, pero se tambalea de vez en cuando con el vaivén de la puerta. Cada año era así. El viejo almanaque en cuenta regresiva y los nuevos calendarios en pasarelas de estanquillos.

Antes de salir a la calle tenía que cubrirme con una camisa para que el Sol no me quemara los hombros, la espalda, los brazos. El olor del asfalto derritiéndose, las piedras como panes en el horno, los perros refugiándose en la sombra, la gente con gafas y gorras en el pueblo.

La mudanza (Parte II)

Algunos años antes de partir yo había preparado mi equipaje. Con los ojos cerrados me veía organizando las maletas que todavía no tenía, calculando los espacios, apretujando toda mi vida en unos ridículos kilogramos permisibles, abandonando lo que no es posible envolver.

El Viejo Mundo  (Parte I)

El piloto anunciaba a todos los pasajeros que ya estábamos sobrevolando la ciudad de Madrid, que pronto aterrizaríamos después de unas nueve largas horas de viaje desde La Habana. Las ventanillas solo permitían observar algunas elevaciones a lo lejos y en su extremo más alto, la blancura propia del mes de diciembre.