20181203_164826_0000Antes de salir a la calle tenía que cubrirme con una camisa para que el Sol no me quemara los hombros, la espalda, los brazos. El olor del asfalto derritiéndose, las piedras como panes en el horno, los perros refugiándose en la sombra, la gente con gafas y gorras en el pueblo.

Ahora mis pies son un témpano de hielo, llevo calcetines gruesos, abrigo y bufanda, gorro de pelos y guantes por si el clima improvisa. Afuera los días se repiten en bucle: unos grises, otros soleados o lluviosos. El invierno es la fragilidad de una camisa en una mañana de diciembre. Y yo cantando: “más vale que no tengas que elegir, entre el olvido y la memoria, entre la nieve y el sudor”.

Sentir que el mar está a unos kilómetros y que puedes ir hasta él. El infinito azul del atardecer, la calidez de las aguas, la arena como firmamento, el cielo como techo, el salitre como aroma. La incógnita de la propia inmensidad, ¿qué hay del otro lado del mar?

En diciembre pasado las ventanas del tren eran una foto invernal. La furia del otoño deshojó los árboles, las elevaciones de la Sierra de Madrid se habían manchado de blanco, los pájaros migraron a otros parajes, mientras yo me entretenía en medir el espíritu de Navidad en turrones de almendras.

Mi familia no estuvo completa. Era Nochebuena y sabían que la Nochevieja sería igual, aunque ninguno se lo dijera al otro. El arroz congris, la carne y la yuca sobraron ese diciembre. El miedo inundó la mesa en 2017. Faltaron tenedores y cucharas, los buñuelos y algo de risa.

Mi mesa está coja también. Cenar preguntándome si hubo frijoles para el congris, si el cerdo subió de precio, si la yuca se ablandó ese año. Sé que es Nochebuena y que la Nochevieja será peor, y que una parte de mí se pierde a veces, y sale a caminar sin rumbo hasta el cansancio, buscando lo que no es posible encontrar.

Llegan cartas desde Cuba y las abro, las huelo, buscando algún síntoma. Nunca debes abrir una carta en la calle, a la vista de otros. Ni en un bus, ni en un parque. Doy fe que es así.

Las cartas son la justa prolongación del sentimiento, no es la letra aburrida del correo electrónico, es el trazo de la soledad, es escribir con puño y letra “te extraño con cojones”, inigualablemente. Una carta es la lágrima que cae en el papel, los pliegues que otras manos moldearon, el color amarillento de lo que valiosamente guardamos.

Las videollamadas salvan el calendario. Preguntándonos por todo y por nada a la vez. Mi perra buscándonos extrañamente al escuchar nuestras voces, la evidencia del tiempo en otros rostros más escuálidos, la incertidumbre de cuándo llegará el reencuentro, las noticias de cómo luce ahora la ciudad, del nuevo café de moda, la rara sensación que provoca el vacío de no estar.

Con el reproche directo de si “tanta distancia realmente vale le pena” intento darle un sentido a este rompecabezas desde hace un año. Ahora llega otro diciembre, esta vez en Holanda.

Bicicletas que ruedan de aquí para allá, canales y molinos de viento van configurando el inexplorado paisaje. El puesto de dulces navideños, la lluvia incesante, la grisura del día, la gente atenta y alegre, las pocas horas de luz, lo verde del entorno, el holandés gutural que atropella mi garganta y el síndrome propio que las mudanzas dejan en mí.

Afuera, casi es de noche. Es otra vez 3 de diciembre para mí. Pronto llegarán todas las celebraciones navideñas y yo pienso, sin remedio, en aquellos días en que no cabíamos en la mesa y en que los buñuelos se terminaban en un santiamén.

6 thoughts on “”

  1. Me parece mentira que hoy un 3 de diciembre te encuentres tan cerca pero a la vez tan lejos, me encanta tus historias vividas, que tengo el placer de saberlo en primicia porque hace 6 meses nuestras vidas se cruzaron para estrechar lazos muy fuertes y que espero que con el paso del tiempo me extrañes tanto o mas que Cuba??

  2. Lindo escrito Yarislay!Siempre lloro leyéndote, esta es mi primera navidad “afuera” y desde ya me está tocando! Un abrazooo

  3. Yari, me he dado cuenta de que tengo que leerte en casa, si no cooro el peligro de parecer loca leyendo y haciendo pucheros. Mis diciembres siempre han sido en Cuba, no puedo decirte que sé cómo se siente estar lejos, pero siento la nostalgia en tus palabras como si estuvieran debajo de mi piel. Gracias de nuevo, nunca me cansaré de agradecerte por estos maravillosos regalos que me hacen un nudo en la garganta. Besos y Feliz Navidad

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