Diciembre

DiciembreHay solo una hoja colgando del almanaque. La puntilla lo sujeta bien, pero se tambalea de vez en cuando con el vaivén de la puerta. Cada año era así. El viejo almanaque en cuenta regresiva y los nuevos calendarios en pasarelas de estanquillos.

Si hay algo que no soporto son los calendarios, quizás por ver los días enclaustrados en filas, ordenados entre domingos y lunes. Es la rigidez del tiempo, la cuadrícula espantosa de los años, las diminutas horas de los sábados, la inercia y el bostezo de los lunes, el antojo atravesado de los miércoles y la simplicidad de un jueves en un atardecer cubano.

Detrás de la puerta está diciembre, colgando de un clavo herrumbroso. Desde la mesa del comedor lo veo y al mismo tiempo lo ignoro. No hay diálogos con el paso del tiempo. En mi mente, repaso las visitas que tengo que hacer hoy. La mesa tiene una fuente de aguacates corpulentos, de cáscara lisa y sin pliegues, verde y joven como el año que vendrá en unos días.

Hay otros datos, claro está. La olla ruge con sus frijoles negros adentro, el olor a ajíes y cilantros invade la cocina, no hay wifi, no hay Facebook ni tarjetas animadas de Navidad. Arriba del refrigerador, un radio BIR de color negro y en el aire está “El baúl de los recuerdos”, un programa local que mi abuela escuchaba cada domingo en las mañanas.

No hay más tecnología que estos dos aparatos y aquel almanaque, contador experto del año. Todo se complicó después, creo yo.

Porque las visitas a amigos y familiares, las sustituimos por mensajes de texto; los albúmenes de casa dejaron de imprimirse para compartirlos en Facebook; las risas espontáneas las disfrazamos con muecas en los labios y filtros casi ultravioletas; perdimos nuestras horas del día por vivir la felicidad eterna de las influencers; reemplazamos el toc-toc de una puerta, por “el toque” quimérico del Messenger, renunciamos al grito y a la queja pausada de los amigos por unas letras en WhatsApp.

Hoy casi todos enviaremos la tarjeta escandalosa en réplica, llena de purpurina digital y música navideña de fondo. Pocos descolgaremos el teléfono para preguntarle al otro, ¿dónde pasarás la Nochebuena? Por eso yo no enviaré ese gif en cadena, mejor estas líneas en WordPress para los que no están.

Diciembre es el momento en que casi todos pasamos listas. Los presentes y los ausentes, los efímeros y los que llegan para quedarse, los entierros y alumbramientos. Es el mes de sacar cuentas, de cuánto hicimos, perdimos, sufrimos o amamos. Yo he preferido preguntarme si he sido lo suficientemente agradecida, si fui noble para con los demás.

¿Cuántas veces renuncié al otro? ¿Cuánto de mi no estuve dispuesta a sacrificar? Hoy amanecí encendiendo velas, por fortuna no hay un calendario en esta casa, pero la cocina no huele a frijoles, ni ajíes ni cilantro. El teléfono hace lo suyo: notificaciones que van y vienen.

Yo terminaré la Nochebuena acompañada, con un buen trago de Havana Club y el teléfono escondido, para no perderme lo que viene después. Eso es, extrañamente en estos tiempos, paz.

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