Algunos años antes de partir yo había preparado mi equipaje. Con los ojos cerrados me veía organizando las maletas que todavía no tenía, calculando los espacios, apretujando toda mi vida en unos ridículos kilogramos permisibles, abandonando lo que no es posible envolver.
Lo más vital, lo intangible, no tiene formas ni colores, no cabe en una mochila. Lo más ligero era, irónicamente, lo que no iba en mi equipaje y la carga más pesada de todas.
En 50 kilos se comprimió mi existencia, mi fortuna, mi herencia personal. Dos maletas que nunca fueron acomodadas como imaginaba. De algún modo todos hemos emprendido un viaje sin hacerlo y hemos deshecho el equipaje porque hay rutas que se resisten.
Antes de mi mudanza vivimos cada fecha como si fuera la última, creo que por miedo a no tenernos después. Pero nos despedimos tantos años, lloramos tantas tardes, agitamos tantas copas de cerveza al aire “porque cuando peor estuviésemos, estuviéramos así”, que a veces vivíamos en un delirio sin fin.
En 2017 celebramos los momentos sin el sentimiento aquel que nos estrujaba cada fecha, sin sospechar que era la mismísima quietud del mar antes de la tormenta. Ya habíamos despedido a Yeni, a Ailene, Yusi prefirió no despedirse de mí y ahora me despedía yo, me despedían a mí.
En unos años pasamos a ser puntos de ubicación en la distancia, contándonos en una ventanita emergente del Messenger las instrucciones para vivir “fuera” y “dentro” de Cuba. Después del llanto y los abrazos, del adiós más feliz y trágico que pueda existir, permanece mi promesa de volver, testarudamente, al lugar donde he sido feliz.
Llegamos aturdidos y desorientados a la terminal 4 del aeropuerto de Barajas. Un cubano residente en Madrid desde hacía muchos años, nos dio su ayuda, nos indicó para tomar el tren, nos brindó su teléfono para dar nuestras señales de arribo. Le agradecimos, pero creo que no lo suficiente.
Un día en que viajábamos en metro, mi esposo y yo creímos verlo, pero no era él. Sería muy improbable volvernos a encontrar en una ciudad con más de 3 millones de habitantes. Ya lo dijo mi Sabina, “aquí no queda sitio para nadie”.
Una tarde de una semana cualquiera, buscando abrigos en una tienda, lo volvimos a ver, esta vez con sus dos hijos. Le saludamos, le indicamos quiénes éramos y lo matemáticamente imposible se hizo real. Nos intercambiamos contactos esta vez, teléfonos y correos electrónicos. Ese mismo día nos envió unas letras por gmail.
“La vida es como un tren donde hay gente que suben y otras bajan…por alguna extraña razón, estamos en el mismo vagón desde el 4 de diciembre”.
Viví dos meses sin deshacer nuestras maletas, sacando solo lo imprescindible para la cotidianidad. Padecí el jet lag como un síndrome incurable: durante 5 meses mi cuerpo dormía de día y despertaba de noche, sin saber que el calendario me enfermaba y los días pasaban escurriéndose ante mis ojos.
El 2 de febrero vacié nuestras maletas, llené el armario de perchas y ropas nuestras. Cambié la hora de mi reloj negro de pulsera, adelantando las 6 horas que separan a Cuba del Viejo Mundo. La mudanza había terminado.
Continuará….
Yari me emocionan tus palabras, la sensibilidad que siempre he admirado de ti y la valentía con que sabes asumir los cambios. Te extraño un mundo, los cafés, la sonrisa que a veces se te perdía de los labios por largas temporadas. Creo que nunca llegué a decirte cuánto te admiraba porque normalmente dejamos el tiempo pasar sin decir esas cosas que a veces pueden sonar gastadas. Cuídate mucho y cumple tus promesas: la de regresar y, sobre todo, la de ser feliz a cualquier precio. Siempre triunfarás porque lo mereces. Gracias por retornar a la escritura y regalarnos estas hermosas crónicas.
Gracias Jessica!!
Yo recuerdo aquella mañana cuando llegué de prácticas a la radio. Tú eres Yarislay? te dije, porque no sabía si llamarte usted o tú con aquella juventud. Sí, soy yo, me dijiste sin que te molestara mi tuteo. Yo soy tu tutoreada… Así nos conocimos y así empezamos a hablar durante unas semanas. Y tú enseñándome las cosas que tienes la radio y el periodismo, desde tu corta experiencia….
Gracias Yari, por darnos el privilegio de leerte. Sé feliz, vuelve siempre y no dejes de escribir
Yo también me acuerdo, aquello era como jugar a la escuelita con lo de tutores y tutoreadas jaja…una locura, nosotros enseñando cuando teníamos que estar siendo enseñados, pero así es…un privilegio para mí pasar esos días con ustedes y gracias por leerme, ya eso, viniendo de ti, es muy reconfortante. Gracias!