Por Yarislay García Montero
La historia de esta niña, que conocí hace apenas dos días, puede ser como la vida de otro niño cualquiera. Los pocos años que ha vivido son marcas de angustia, dolor, desilusión y rechazo, momentos que no se olvidan con terapias ni consultas de psicología. Por eso tenía la mirada nublada, opaca y fija cuando el resto de sus amiguitos bailaban. Una abstracción tan profunda como si nada sucediera a su alrededor, como si no hubiese gente a su lado ni razón para volver en sí.
Su madre se suicidó hace algunos años. La gente del pueblo especula si fue cobardía o valentía, pero la niña– cuyo nombre quedará por el momento en el anonimato de estas líneas- aún se pregunta por qué su mamá se fue y qué hacía con una soga en el cuello. Su papá, demasiado joven e insensible, la tuvo unos días con él luego del fallecimiento de su mujer, hasta que determinó llevar a su hija para la casa de su tía materna.
Fue la directora de su escuela quién me contó todo, hasta donde el tiempo alcanzó. Yo quería saber más y más de aquel caso social que me hizo pensar que no soy tan desgraciada y que he soñado y he sido feliz también.
Pero la acogida en el hogar de su tía no fue la solución a los problemas de la pequeña. Su tía hizo rechazo a todo lo que tenía que ver con su hermana recién fallecida. Le dieron “alergias” no solo los recuerdos, sino también aquella descendiente que estaba sin rumbos bajo su amparo. El cotilleo del pueblo asegura que la tía botó a la niña de su casa; yo digo que esa mujer está vacía interiormente del todo.
La directora cuidó a la niña por un tiempo y la suerte acompañó a aquella inocente algunos días. Pero la directiva no podía hacerse responsable para siempre del “bultico del pueblo” porque las condiciones económicas no se lo permitían. Luego de varias conversaciones entre la directora y el padre, este último decidió recogerla de nuevo.
Pensé que aquí llegaba el “happy end” de esta historia, en que los malos rectifican y exorcizan demonios, y todo se volvía color de rosas. Pero no es así. La niña debe andar hoy con los mismos zapatos sucios de hace dos días y pensando qué va a cocinar o a quién le va a pedir hoy la latica de arroz para la comida. Y dicen que cocina bastante bien para sus pocos años y que acompaña el menú con tomates, seguro su ensalada preferida. ¡Qué agrio debe saberle seguro el bocado!
Esa niña no se me quita de la mente desde aquel día. Espero desesperadamente el próximo viaje al campo para preguntar por ella, buscarla y poco a poco hacerme su amiga si me lo permite. Ojalá pueda darle un poco de color a su vida en blanco y negro.
Yari, es una historia triste pero que sabe tocar la sensibilidad individual de quien la lee, ademàs demuestra tus valores, preocupaciones y desvelos por todos aquellos que aunque no formen parte de tu vida saben robarse un pedacito de tu corazòn. Ya veràs que esa niña encontrarà su “happy end”, como las series norteamericanas de la industria cultural, todos merecemos terminar nuestra vida con un muchacho rico, una buena casa, formar nuestro propio negocio y hasta donar un poco de dinero cuando todo esto suceda para destinarlo a obras de caridad.
Triste, parece sacado de un libro, y pensar que así hay muchos niños en Cuba, pero no tenemos la suerte de encontrarlos y ya ves, un caso de esos que parten el alma.