Hay unas cuantas verdades en el periodismo pero más allá, muy lejos y distantes, de difícil acceso para la gente de mi cuadra, para los que creen y dicen que todos los periodistas seguimos atados. Una gran verdad con un gran soporte, que no tiene otro público que el propio mundo de la prensa y unos cuantos lectores de aquí y allá, de España y Ecuador, de Estados Unidos y Colombia, pero con escasos conectados nacionales porque la www juega a los escondidos sin parar en Cuba.
Una verdad que se ha visto obligada a emigrar hacia otro hábitat porque hay casas de campañas que no se sostienen por sí solas, porque la asfixia produce alergias y la aberración viene desde el techo, desde bien arriba.
Una verdad en sitios con http, que parece tan verdadera en Internet, que te puede hacer creer que alguien vive como tú, que padeces como ese alguien aunque él tenga un puntocom.
Un clic, que es casi la distancia entre ese alguien y tú, pero que aunque parece instantáneo los separan unos cuantos kilómetros. Algunos megas simplemente. Se dice fácil, un clic, pero es un rollo del carajo…el bloqueo, la crisis, la tecnología arcaica, algo tan complejo como la propia Red.
Cuando llegué a la universidad aquello de la conectividad se jodió. Tuve que esperar hasta tercer año de la carrera porque no estábamos preparados ideológicamente para enfrentarnos a la Red, a ese tremendo monstruo donde se hablan barbaridades de Cuba, de mi Patria. Tenía que estar clara, no tenía madurez para enfrentarme a la navegación…sigo sin entender aquella excusa.
La gente sigue intentando perfilarse un “feisbu” en la mente, quieren estar ahí sin saber para qué, al menos para mandarle saludos a sus vecinos del más allá y lo demás no importa. Pero hay que escoger entre el 4.50 CUC de conectividad y los 2. 40 del litro de aceite, y así terminamos friendo huevos y soñando en la cocina con el chat, con el beso virtual de los que ya no están, con cerrar sesión y volver a entrar. Pero seguimos offline, algo así como fuera del área de cobertura, sin señal. Apagados.