Trash rodó hace apenas unas noches entre las cuatro paredes de mi cuarto y confirmó algunas hipótesis. Las películas no están para confirmar ciertas cosas y mucho menos hechos reales, pero muestran ese algo que no puedes palpar, que no es posible confirmar. Hay hechos que están ahí, pero hay demasiados tapices para develarlos así con solo correr una cortina. Hay varios telones que correr para llegar a la escena que queremos ver.
Trash no tendría que darme evidencias porque es un filme, otra cinta de pasada. La realidad se queda tatuada, los filmes no, porque hay que volverlos a rodar para que vivan otra vez. Trash es un fragmento de Brasil al desnudo. No un Brasil paradisíaco, no con los paseos por Copacabana, sino en el suburbio de una ciudad donde sale a flote -a pesar de una historia poco probable- la CORRUPCIÓN.
Yo, que debiera no trastabillar ni titubear con mis creencias, no sé ahora a quién creerle. El Noticiero Nacional de la Televisión Cubana denuncia los actos de la oposición brasileña contra el gobierno de Dilma Rousseff y el periódico El País me dice que no es un sector contrario al Partido de los Trabajadores, que es casi un pueblo pidiendo dimisión en la avenida Paulista.
Yo, aún con mis principios, me siento aturdida. Veo las imágenes, protestas verdeamarelas que inundan todo y dudo. No son tres o cuatro Damas de blanco en una esquina de La Habana con una huelga rídicula, es un mar de gente en Sao Paulo.Yo debiera creer sin flaquear en mis colegas del NTV, en los que son de izquierda, pero no puedo. A estas alturas yo no sé a quién creerle, solo hay algo evidente sobre ese inmenso iceberg: la corrupción en Petrobras y otros escándalos financieros.
Está claro. Ser de izquierda no te exonera del desfalco. Cualquiera cae, resbala. No hay una izquierda buena ni una derecha mala, los bandos no son de colores negros y blancos. Hay puntos medios, escalas grisáceas donde pueden existir “zurdos” tremendamente corruptos y “derechos”, sin manchas ni desfalcos.
Pero yo no encuentro un culpable en esta escena del crimen. No puedo creerle a ningún bando porque he creído tantas veces que ya no creo, se fue mi fe, se extinguieron las certezas. Es como el cuento de dos vecinos en disputa, donde hay dos historias y un culpable, depende de qué bando mires la historia.
Yo, que no soy ni el juez Sergio Moro ni su pariente cercana, ni de la parte opositora ni de izquierda verdeamarela, solo puedo mirar con envidia a ese pueblo que asalta una parte de Brasil, no importa de qué bando sea, pero haciéndose dueño de su genuino derecho. Yo trastabillo ahora, no en una calle de aquí junto a mi pueblo, sino en un blog que nadie lee.