
Era una tarde de agosto cualquiera de 2019 y Holanda era, por esos días, digamos que otra Holanda. Podía saber, con solo mirar el jardín, en qué estación del año estaba. Porque si hay un país que cambia con sus estaciones es este. Los egels (erizos, pero no de mar) que despertaban de su modo winterslaap a comer por el jardín, los mosquitos sobrevolando en los charcos de agua, ratones que merodeaban por las orillas del canal que daba al fondo del patio, los hilos transparentes que dejaban a su paso las babosas, el gato del vecino que se hospedaba a ratos en mi casa, las lombrices debajo de las piedras, los graznidos de los patos y también, las primeras ranas.
Mi profe de holandés dice que si pasa esto es que tu patio es gezond (saludable). Y si lo dice él, ese hombre sabio de más de 70 años, quizás el ser más inteligente que he conocido en mi vida, pues es sin discusión, un patio con todas las de la ley como decimos en Cuba. Ese entorno era nuestra aula en agosto. Una mesa en el patio, con unas sillas y libros, con café o té y mucho holandés, eso sí. Y de fondo, aquella cortina de vida.
Siempre mi profe me ponía a prueba y lo sigue haciendo. Siempre quiere que hable y por eso me pregunta cosas para que interactúe, porque si no, me quedo quieta, escuchando, en fase pasiva cuando se trata de aprender un idioma. Todos los días me hace contarle algo, una historia, que si hice esto, que si qué haré mañana y la verdad, ha sido un regalo para llenar tanto vacío en un país al que no pertenezco y voy descubriendo aún.
Cuando regresé de Cuba en noviembre, lo primero que hicimos cuando viajábamos desde Bruselas a Rotterdam, fue avisarle a mi profe que ya estábamos camino de regreso a Holanda.
En el fondo había una parte de mi queriendo anclarse a Cuba y otra, que sentía que ya era hora de partir. Y en esa lucha interna entre aquel puerto viejo que dejaba atrás, sentía la rareza de no pertenecer a allá, pero tampoco a aquí. Las palabras de mi profe, fueron las de alguien que te regala su propio país, “Bienvenida de regreso a casa Yaris”. Y ese día, sentí que regresaba de algún modo al hogar que estaba construyendo, con la esperanza de que alguien va a estar feliz por tenerme de vuelta.
Pero en agosto, todavía no había descubierto ciertas cosas como esas y otras más. La clase empezaba como de costumbre, hablando en holandés de las cosas que quizás puedan ser triviales en mi propia lengua, pero que en holandés, es como narrar un cuento.
Abrimos el libro de gramática en la página 18, justo donde estaba el marcador.
Waar ben je bang voor? / ¿A qué le tienes miedo?- pregunta mi profe.
– Ik ben bang voor kikkers. / Le tengo miedo a las ranas- respondí yo, que cargo con una larga lista de miedos.
Mi profe me dice: ¿Ranas? Yo le tengo miedo a la guerra Yaris.
Y me di cuenta, con aquella respuesta, la más estúpida que he dado en mi vida, que todavían faltaban muchos miedos por venir, algunos mortales.
Pero si quieres, pregúntame de nuevo profe, y ya verás.
Coño Yaris, sigue escribiendo asi, ahora mismo tengo el alma destrozada y sangrando. Sangre que vale la pena ver correr si salen de un alma rota por palabras como las tuyas y las del sabio profesor. Cuídate mucho amiga, que los tiempos que corren son difíciles.
Gracias Tania, cuídate mucho también por allá, espero que tus niños y tu familia estén bien. Un abrazo desde este lado del mundo.
Ik hou van je